En un video compartido en redes sociales puede verse que que un pastor hondureño baila punta (un ritmo tradicional con movimientos sensuales) en el altar durante un culto. Este caso ejemplifica la creciente mundanalización de las iglesias evangélicas, donde prácticas culturales o espectáculos se mezclan con la adoración, desplazando la reverencia y la santidad que deben caracterizar el culto a Dios.
Si bien la música y danza pueden ser expresiones legítimas de alegría (como en el caso de David danzando ante el Arca, 2 Samuel 6:14), el contexto y la motivación son clave. Cuando los movimientos, el estilo o el enfoque se asemejan más a los patrones del mundo que a una adoración centrada en Cristo, se corre el riesgo de trivializar lo sagrado.
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Este fenómeno invita a la reflexión: ¿Están las iglesias priorizando la “aceptación cultural” o el entretenimiento sobre la santidad bíblica? Como creyentes, debemos discernir si nuestras prácticas edifican la fe o simplemente imitan al mundo. La adoración genuina no necesita espectáculo, sino corazón contrito y fidelidad a la Palabra.
En los últimos tiempos, hemos sido testigos de una preocupante desvirtuación de las prácticas dentro de muchas iglesias evangélicas. Lo que antes era un espacio de reverencia, adoración y santidad, hoy se ve invadido por espectáculos mundanos, donde bailes sensuales y coreografías carnales ocupan el púlpito, disfrazados de “alabanza”.
La Palabra de Dios nos exhorta a adorar “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24), no en sensualidad y frivolidad. El púlpito es un lugar sagrado, destinado a la proclamación del Evangelio puro, no a representaciones que más bien pertenecen al mundo que a la santidad que demanda el Señor. Cuando permitimos que lo profano se infiltre en la casa de Dios, diluimos el mensaje de la cruz y damos lugar a la confusión.
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Es tiempo de volver a la sencillez y la santidad del culto, rechazando todo aquello que se asemeje más a los placeres de este siglo que a la genuina adoración que agrada a Dios. Que nuestra adoración sea pura, santa y centrada en Cristo, no en el entretenimiento de la carne.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2).